RELATO DE PARTO Nº4

Nacimiento de León

La tarde del 19 de Julio de 2015 la pasé haciendo ejercicios en la pelota, en cuadrupedia para aliviar dolores de espalda y movimiento de pelvis sentada sobre la pelota, para ayudar a León a descender. 

A las 21:00 llegó mi mamá, quién había ido en barco de Montevideo a Buenos Aires, para acompañarnos en estos días.

Recuerdo que Diego fue solo a buscarla, porque yo estaba pasando por muchas contracciones y no quería salir de casa.

Teníamos pactado no contar nada a la familia y amigos hasta estar para salir al sanatorio, con el fin de mantener la calma y la energía puesta donde debía. 

Mamá me hablaba un montón y yo ni siquiera lograba detenerme en lo que decía, la recuerdo como un sonido de fondo.

Intenté cenar pero no pude, comí algunas frutillas. 

A medianoche nos fuimos a la habitación con Diego, para continuar allí el trabajo de parto, que sin dudas ya estaba activo.

Con las luces bajas, en muchas posturas distintas, transitaba cada contracción. En un momento me acosté en mi cama para intentar pasar alguna contracción allí, estaba un poco cansada, pero no lo soporté, sentí muchísimo dolor, me incliné en plena contracción intentando ponerme en otra posición.

Comenzamos a anotar las contracciones en una hojita (que aún conservamos). Eran bastante regulares. 

Llenamos la bañera en dos oportunidades, lo que sucedía era que al salir de ella, las contracciones se sentían más intensas y dolorosas. 

Elegí quedarme sentada en el inodoro un rato. 

A las 5:00 de la mañana del 20 de Julio, le escribí a la partera y le conté la situación, quedamos en hablar a las 7:00 am. Mis contracciones ya eran regulares, y cada 5-6 minutos.

Me quedé sentada en el inodoro, no quería salir de allí. 

En un momento se escuchó un sonido “plop” como si algo se hubiese caído, y algo lo hubiese detenido, como un tapón. En ese momento no fuimos conscientes de lo que había pasado: había roto bolsa y había salido líquido amniótico hasta que la cabeza de León hizo de tapón. 

7:00 am nos volvimos a comunicar con la partera, en esta instancia era Diego quién hablaba con ella. Yo me sentía más allá, mirar el celular me mareaba mucho y no lograba dar muchas contestaciones. Al leerle la frecuencia de las contracciones (a esa altura ya eran cada 3 minutos), la partera nos pidió dirigirnos al sanatorio. Quedamos en encontrarnos 8:30.

¡Qué lío fue vestirme! No quería ponerme nada, no me quería mover, en un momento miro a mi mamá y le digo: tengo ganas de pujar. 

Mi mamá se queda paralizada y le dijo a Diego: ¡llévatela ya! Escribirlo hoy, conociendo el final, suena muy gracioso pero ¡qué susto se pegaron estos dos! 

Le había pedido a Diego que me tomara algunas fotos durante el trabajo de parto, no lo hizo. Cuando estábamos por salir de casa, se acordó. Transitando una contracción en el marco de la puerta de entrada, lo putee en chino. No hay registro fotográfico de ese momento.

Nos fuimos al sanatorio. Iba recostada de lado en el asiento trasero del auto, abrazada a mi bolsita de semillas. 

Al llegar pedimos una silla de ruedas. Mientras Diego hacía trámites de ingreso, yo estaba en una camilla. No era incómodo en ese momento ya que las contracciones se habían frenado, claramente había salido de mi zona segura. 

La partera no demoró en llegar. Me revisó y comentó que ya estaba con dilatación completa, que de hecho ya se veían los pelos de mi hijo. 

Cuando me incorporé para ir a sala de partos, me mojé con líquido amniótico cual película de los 90´.

Me parece importante contar, ya que a muchas mujeres nos pasó y nos va a pasar: mi obstetra estaba en un congreso esos días y no llegó a mi parto, por lo que fui asistida por su colega, a quién había conocido en la clínica donde me controlé, previendo que esto pudiera pasar. Ya en sala de parto, el ginecólogo advirtió que no había tiempo para aplicar #anestesia, pero la partera estaba al tanto de que yo -si bien no había presentado un plan de parto- se lo había solicitado en las consultas a mi obstetra. 

Yo en silencio, ni asentía ni me negaba. 

En el “tire y afloje” llegó la anestesista, rápidamente me explicó lo que haría y me aplicó raquídea, no había tiempo para #epidural, y automáticamente no sentí las piernas. 

Sentía muy suaves las contracciones y estaba bastante recostada como para ver qué sucedía. 

Todo lo que había tenido bajo control hasta el momento, se fue como agua que se escurre de las manos.

– Todas sabemos que una #intervención desencadena en otra y así.. 

Entonces la partera se trepó a mi abdomen y me practicó la maniobra de #Kristeller. 

Me dolió muchísimo. Me quejé, a Diego le impresionó.

León nació, en dos pujos, yo tuve una #episiotomía y una placenta que expulsar.

No quería una episiotomía, no quería una maniobra abrupta y prohibida.

Siempre que cuento mi experiencia a otras mujeres les digo que se informen todo lo que puedan acerca de sus propias necesidades, no las de todas las embarazadas. Yo tenía miedo a sufrir y una anestesia me convenció de disfrutar de la recta final: el expulsivo. No escuché cuando me hablaron de fisiología, no me animé por falta de confianza, por miedo, por no sentirme #empoderada.

Aclaración:

Podemos parir sin intervenciones innecesarias y bienvenidas cuando lo son. 

Pusieron a León sobre mí, recuerdo sentirlo calentito y no saber qué hacer con él, le hablé. Se lo llevaron junto a su papá y yo me quedé con el obstetra, terminó de cocer la episio y de quitar la placenta, algo que tampoco me había quedado claro en las clases de pre-parto y de lo que poco se habla: el #Alumbramiento. Me la mostró, recuerdo que me pareció muy grande de tamaño.

Terminamos casi al mismo tiempo que los controles de León. 

Nos reencontramos los tres en los pasillos de la sala de parto y partimos hacia la habitación. 

En esa sala había muerto una mujer y nacido otra: una madre #puérpera.

Por Analía.

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